domingo, 12 de junio de 2011

Carta a mi Ángel de la Guarda

Cuando yo me haya ido y ya nada quede de mí, quisiera que me recordaran los míos como lo que fui. Como lo que yo supuse para todos y cada uno de ellos, tal y como he intentado transmitirles todo aquello que aprendí y que algunos, con tanto afán me enseñaron.

Quisiera que mi recuerdo permaneciera intangible, inmortal y eterno. Que mi alma habite repartida y acurrucada en esos corazones fuertes y recios donde siempre encontré cobijo y sosiego.

Que no quepa dolor por esa impuesta ausencia, que parece renovarse a cada día que nos quitan, que nos roban sin aparente legitimación mientras envejecemos anónimamente en el transcurso de los tiempos.

Que mi risa pueda escucharse de nuevo desde dentro de ti y que su eco expanda mi alegría de vivir, mi euforia por crecer y mi amor por todos los progresos que he hecho a lo largo de ella…

Que en la lejanía de los años, conserves siempre aquellas palabras que te brindé cuando apenas comenzaba a aprender a vivir y que con ellas, formes un bonito collar con el que adornar tu cuerpo vivo y alegre, haciéndole brillar más que nunca, resaltando tu persona para que ya jamás olvides cuán importante fuiste para mí.

Que cualquier atardecer que puedas volver a disfrutar frente al mar, renueves tu promesa de ser libre, humano y sincero, como siempre fuiste conmigo; que el vaivén de la marea y de las olas, vuelva a llevarme a ti, en ese estallido suave frente a las rocas en el que puedas escuchar siempre mi voz.

Que pueda volver a mirarte desde donde quiera que me halle, con esa infinita ternura que siempre despertaste en mí; que mis ojos no vuelvan a enrojecerse jamás por las lágrimas y que conserven por siempre ese brillo que sólo proporciona la paz y el bienestar interior con no mismo, en su individual y eterna soledad.

Que en el largo camina de la vida, te detengas un día a sentarte y me dediques un pensamiento tuyo, cargado de esa comprensión y ternura que sé, siempre conservarás.

Que me abraces en el tiempo para no volver jamás a echarte de menos y que vuelva de nuevo a mi ese placentero sentimiento de sentirme querida, valorada y recompensada por ti.


Que jamás borres de tu mente, en la neblina de tus años, que un día fuimos amigos, que juramos acompañarnos siempre y que permanecimos en uno sólo, ocupando aquel importante tiempo y espacio de nuestras vidas.

Recordarás entonces mi cara, mis gestos, mis andares y mi alegría. Volverás a mirarte en mis ojos para descubrir el secreto de tu realidad, de tu esencia y de lo más profundo que siempre guardaste celosamente en el fondo de tu alma.

Te dirás entonces con sorpresa “¡tanto me quiso!” y entonces descubrirás la acasualidad de ese fino hilo que siempre mantuvo unidas nuestras vidas. La tuya y la mía, que desde ahora solo será una, infinita , inmensa y grandiosa que conservará por siempre lo mejor de ti y de mi, elevándolo al máximo, casi a lo divino, hasta que el dolor empiece a sentirse como algo placentero.

Y yo podré acompañarte por fin en todas y cada una de tus largas noches. Y en la oscuridad de tu alma y a solas contigo mismo, no necesitarás buscarme. Velaré tus sueños, haciendo de tus ratitos de insomnio especiales momento en los que susurrando, narrarte esos fantásticos cuentos que con tanta admiración siempre escuchaste de mi y con los que volveré a colorear tu mente y tu gran corazón.

Que veas mi vida como lo que siempre fue. La proyección de la tuya, su sombra y su más leal seguidor.

Seguiré amándote siempre. En conciencia y en mis sueños. Durante mis días y cada una de mis noches. En presencia o en ausencia. En mi realidad o en mis fantasías. En muerte o en vida. Hasta que yo me haya ido y cuando ya, nada quede de mi. 
 
Autor Desconocido

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