martes, 27 de marzo de 2012

Tu Palabra

Tu Palabra está en mi.
Actúa por si misma.

Mi anhelo está en mi.
Árbol que crece sin límite.

El Universo está en mi,
pero y… ¿quién soy yo?

El reflejo está en el lago,
pero la luna en el cielo.

Al otro lado de la oscura celda,
brilla el sol.

Soltar el dolor,
hábito de estar siendo.

Hay otra forma de ser,
pero es más que ella misma.

Reconocer la Palabra,
deja espacio a la alegría.

Inmersa en el amor,
disfruto de la Confianza.

Enamorada,
Te busco sin hallarte.
¿Cómo encontrar lo que ya soy?

Alicia Martínez

jueves, 22 de marzo de 2012

Cuando éramos niños

Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana
no existía.

Luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte solamente
una palabra.

Ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en los cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros.

Ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es por fin el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.

Mario Benedetti

sábado, 17 de marzo de 2012

Botella al mar

Pongo estos seis versos en mi botella al mar
con el secreto designio de que algún día
llegue a una playa casi desierta
y un niño la encuentre y la destape
y en lugar de versos extraiga piedritas
y socorros y alertas y caracoles.

Mario Benedetti

sábado, 10 de marzo de 2012

Las Tres Piedras

Cuentan que el primer árabe que cruzó el desierto se encontró junto a una cueva con un anciano de aspecto venerable que le preguntó:

— Joven, ¿A dónde vas?

— Quiero cruzar el desierto.

El anciano quedó pensativo un momento y añadió.

— Deseas algo difícil. Para cruzar el desierto te harán falta tres cosas. Toma estas piedras. Este topacio es la fe, amarillo como las arenas del desierto, esta esmeralda es la esperanza, verde como las hojas de las palmeras, y este rubí, es la caridad, rojo como el sol de poniente. Anda siempre hacia el sur y encontrarás el oasis de Náscara, donde vivirás feliz. Pero no pierdas ninguna de las piedras, si no, no llegarás a tu destino.

El hombre se puso en camino y recorrió miles y miles de leguas a través de las dunas amarillentas sobre su camello.

Un día le asaltó una duda:

— ¿No me habrá engañado el anciano? ¿Y si no existiera el oasis que me prometió y el desierto no tuviera fin?.

Ya iba a volverse cuando notó que algo se le había caído sobre la arena. Era el topacio. El joven se bajó para cogerlo y pensó:

— No, no. Tengo que confiar en la promesa del anciano. Seguiré mi Camino.

Pasaron muchos días. El sol, el viento, el frío de la noche le iban agotando. Sus fuerzas desfallecían y ni una palmera ni una fuente se veían por el horizonte sin fin. Ya iba a dejarse caer del camello para aguardar la muerte bajo su sombra, cuando notó que se la caía algo al suelo. Era la esmeralda. El joven se bajo a recogerla y se dijo:

— Tengo que ser fuerte, tal vez, un poco más allá estará el oasis. Si no sigo, moriré sin remedio. Mientras tenga un soplo de vida seguiré.

Continúo el joven el camino, cuando encontró un pequeño charco de agua junto a una palmera. Ya iba a lanzarse sobre el charco, cuando vio los ojos de su camello suplicantes y tiernos como los de un hombre pidiendo, el agua. Pensó entonces que debería tener piedad del animal desfallecido, pues él aún podía resistir, y dejó que bebiera aquellos pocos sorbos.

Cuál no sería su asombro cuando el camello cayó muerto a sus pies. El agua estaba corrompida. En el suelo notó el joven que brillaba el rubí y lo recogió, dando gracias al cielo por haber recompensado su generosidad con el camello.

Al alzar la vista, vio a lo lejos unas palmeras. Era el oasis de Náscara. Al llegar, encontró junto a una limpia fuente, al anciano de la cueva que le sonrió alegremente.

— Has llegado a tu destino puesto que has conservado las tres piedras preciosas. La fe, la esperanza y la caridad. ¡Ay de ti si hubieras perdido alguna, hubieras perecido sin remedio!

El anciano después de darle agua fresca y dátiles, se despidió del joven diciéndole: — Guarda siempre durante tu vida, junto a tu corazón, el topacio, la esmeralda y el rubí. Así llegarás hasta el paraíso. Nunca los pierdas.
 
Autor Desconocido

miércoles, 7 de marzo de 2012

Dos Palabras

Esta noche al oído me has dicho dos palabras
Comunes. Dos palabras cansadas
De ser dichas. Palabras
Que de viejas son nuevas.

Dos palabras tan dulces que la luna que andaba
Filtrando entre las ramas
Se detuvo en mi boca. Tan dulces dos palabras
Que una hormiga pasea por mi cuello y no intento
Moverme para echarla.

Tan dulces dos palabras
?Que digo sin quererlo? ¡oh, qué bella, la vida!?
Tan dulces y tan mansas
Que aceites olorosos sobre el cuerpo derraman.

Tan dulces y tan bellas
Que nerviosos, mis dedos,
Se mueven hacia el cielo imitando tijeras.
Oh, mis dedos quisieran
Cortar estrellas.

Alfonsina Storni

sábado, 3 de marzo de 2012

Arte Poética

Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo, en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!
hacedla florecer en el poema.

Sólo para nosotros
viven todas las cosas bajo el sol.

El poeta es un pequeño Dios.

Vicente Huidobro