viernes, 18 de noviembre de 2011

Un Pequeño Milagro


"...Un día a las 10 de la noche me trajeron una paciente. Tenía menos de 30 años, piel blanca y largo cabello lacio. Era su segundo embarazo y lloraba en voz baja. Había llegado a la sala de urgencias porque hacía varios días que no sentía las patadas de su bebé. Tenía flujo vaginal marrón y fétido, y los médicos no podían oír el corazón del bebé con un ultrasonido Doppler. Le habían dicho que su bebé había muerto.

Yo debía encargarme del parto. Me preguntaba por qué no le habían hecho una césarea a la pobre mujer para aliviar su sufrimiento, pero supuse que no había quirófanos disponibles. La internista de obstetricia me dijo que sería un "procedimiento sencillo" porque el bebé estaba muerto y, además, no era el primer parto de la madre. Según la doctora, podría sacar al bebé en menos de 30 minutos.

Por primera vez esa noche, me quedé en silencio. ¿Cómo convencer a la mujer de que pujara si iba a traer al mundo un bebé sin vida?.

Después de casi una hora, la internista regresó y me preguntó por qué tardaba tanto. Le dije que la madre no pujaba lo suficiente. Decidí hacerle una episiotomía para acelerar el proceso.

Rápidamente realicé la incisión y sentí en seguida al bebé en mis manos. Era un hermoso niño, que pesaba alrededor de 6 libras y 9 onzas. Como se acostumbra, coloqué al bebé en una sábana estéril sobre el abdomen de la madre. Miró a su bebé y, después, volteó la cara. Todo el tiempo me mantuve en silencio; simplemente no existen palabras que decir a una mujer que acaba de dar a luz a un bebé muerto.

Mientras cosía la herida, escuché una tos débil. Miré al bebé, que seguía sobre el abdomen de su madre. Y entonces oí el sonido más fuerte y hermoso que he escuchado. ¡El bebé gritaba a todo pulmón! Yo repetía una y otra vez: "¡Tu bebé está vivo!" El suave llanto de la madre se convirtió en incontenibles lágrimas de felicidad. "Doctora, gracias por dar la vida a mi bebé", me dijo una y otra vez.

Nada se compara con ese momento mágico en que experimenté el maravilloso milagro del nacimiento y aprendí que los médicos no son dioses. Parecía imposible que el bebé estuviera vivo. Fue entonces que me di cuenta de que no me molestaba que un paciente probara mi equivocación al estar vivo cuando yo lo creía muerto.

Nunca me enteré de que pasó con aquella mujer y su bebé después de que fueron dados de alta, pero no los olvidaré jamás. Me hicieron creer que los milagros existen."

Fay Catherine Gloria

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