sábado, 14 de enero de 2012

El Valor del Tiempo (Momo)

Y señaló:

"Un minuto tiene 60seg. Una hora 3.600seg. Un día 86.400seg. Un año 31.536.000seg. Diez años 315.360.000seg. Setenta años 2.207.520.000seg: Una fortuna!!! que se despilfarra irresponsablemente. En cambio si ahorra tiempo puede vivir de verdad. Para ahorrar tiempo se trata simplemente de trabajar más de prisa y dejar de lado todo lo inútil. En lugar de media hora, dedique un cuarto de hora a cada cliente. Evite las charlas innecesarias. Reduzca el tiempo que pasa con su familia. Deje el cuarto de hora de reflexión, no pierda tiempo en cantar, leer o con amigos. De su tiempo no se preocupe nosotros nos ocupamos y puede estar seguro que no perderá nada del tiempo que ahorre y bienvenido a la comunidad de los ahorradores de tiempo."

Y entonces llegó el primer cliente del día, y él le atendió refunfuñando, dejó de lado todo lo superfluo, se estuvo callado y, efectivamente, en lugar de media hora acabó en 20 minutos. Lo mismo hizo desde entonces con todos los clientes. Su trabajo, hecho de esta manera, no le gustaba nada, pero eso ya no importaba. Su lema era: "El tiempo ahorrado vale el doble".

Había caído sobre él una especie de obsesión ciega, y si alguna vez se daba cuenta de que sus días se volvían más y más cortos, ahorraba con mayor obsesión.

Y cada día eran más los que se dedicaban a lo que ellos llamaban "ahorrar tiempo" para tener la libertad de "vivir de verdad".

Es cierto que los ahorradores de tiempo iban mejor vestidos, ganaban más dinero y podían gastar más, pero tenían caras desagradables, cansadas o amargadas y ojos antipáticos. Conseguían a toda prisa diversión y relajación.

El que a uno le gustara su trabajo y lo hiciera con amor no importaba. Lo único importante era que se hicera el máximo trabajo en el mínimo de tiempo.

Incluso la propia ciudad había cambiado más y más su aspecto. Los viejos barrios se derribaban y se construían casas nuevas en las que se dejaba de lado todo lo superfluo. Resultaba más barato y, sobre todo, ahorraba tiempo construirlas todas iguales, con calles iguales. Y estas calles monótonas crecían y crecían y se extendían hasta el horizonte: Un desierto de monotonía. Al igual que la vida de los hombres que vivían en ellas.

Nadie se daba cuenta de que ahorrar tiempo, su vida se volvía cada vez más pobre, más monotona y más fría.

Los que lo sentían con claridad eran los niños, pues para ellos nadie tenía tiempo, sus padres ya no les leían cuentos antes de dormir, no paseaban ni jugaban con ellos. A cambio los niños empezaron a tener toda clase de juguetes con los que no se podía jugar de verdad. Por ejemplo: un tanque de mando a distancia que se podía hacer dar vuelta, pero que no servía para nada más. O un cohete espacial que daba vueltas alrededor de una torre, pero con el que no se podía hacer nada más. O un pequeño robot, que se paseaba con los ojos encendidos y giraba la cabeza a un lado y a otro, pero que no se podía aprovechar para nada más.

Por eso acababan volviendo a sus viejos juegos para los que les bastaba un par de cajas, un mantel roto y un puñado de guijarros. Entonces podían imaginárselo todo!

Michael Ende

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